Diario de un ataque a la esperanza por la vida

Jueves 21 de febrero. De Mérida a San Antonio del Táchira

El vehículo estaba listo, el sol comenzaba a iluminar la ciudad desde las rendijas que las altas cumbres merideñas habían labrado por milenios, las maletas aseguradas y el tanque lleno. Comenzamos el viaje, la ayuda humanitaria generosa venida de tantos lugares del mundo sensibles a nuestra realidad y tan necesaria, entraría a suelo venezolano en apenas 2 días. Nuestro destino, el puente Simón Bolívar de la ciudad de San Antonio, estado Táchira.

Todo indicaba que ese sería el mejor día, en mucho tiempo, para nuestro maltrecho sistema de salud y para el alivio de tanto niño, joven y adulto desnutrido y/o enfermo. Yo quise ser parte de ese momento y he aquí mi testimonio.

Ninguno de los rumores esparcidos en las redes sociales la noche anterior, referidos al cierre de alcabalas, operación morrocoy (demora) y prohibición de circulación de camionetas por parte de los cuerpos represivos del estado se cumplió. Al contrario, los efectivos apostados en no pocas alcabalas, muy jóvenes todos,  apenas nos miraban y nos decían: ¡adelante! Nuestro optimismo crecía, nada presagió lo que viviríamos dos días después.

El plan de acción

Llegamos a nuestro destino en horas de la tarde, la alcabala de Peracal que siempre tiene cola estaba despejada, la ciudad de San Antonio lucía como siempre, la actividad comercial parecía normal, nos reunimos con un grupo de la comunidad y los acompañamos a una actividad religiosa, la misma estuvo muy concurrida y se podía respirar una atmósfera de mucha esperanza, concurrían personas que habían venido de otras zonas del Táchira y del país.

De regreso al sitio de alojamiento nos reunimos para que nos explicaran el plan de acción, el cual consistía en que un grupo de mujeres vestidas de blanco, en señal de paz, encabezaría la marcha pacífica hacia el puente Simón Bolívar y abrir el canal humanitario al reunirse con otra marcha simultánea que venía desde el lado colombiano del puente trayendo la anhelada ayuda.

Viernes 22 de febrero. Cúcuta

Era el día del concierto “Venezuela Live Aid”, debía salir temprano para reconocer la zona donde se marcharía al día siguiente antes de que se llenara de gente; sin embargo, para mi sorpresa no había mucho tránsito peatonal y pude hacerme un mapa mental del terreno sin contratiempos.

Decidí pasar al lado colombiano para observar cómo se estaban desarrollando las cosas en ese lado, en el puente Simón Bolívar el tránsito de personas era más bien bajo, pocas colas, la gente con sus mercaderías, los carrucheros con su grito de venta “Señora, Señor le llevo las bolsas.” Pasado el puente, frente a la oficina de inmigración de Colombia reconocí al profesor Pablo Aure de la Universidad de Carabobo y me acerque a saludarlo. Me manifestó que él y algunos diputados con quienes había venido estarían en la marcha del lado de Colombia, la alegría de que un cambio venía se podía ver en el rostro de todos, más aún, al observar  a  funcionarios de la ONU con sus respectivas identificaciones y sus grandes camionetas con los emblemas de la organización apostados en el sector llamado “La Parada” donde termina el paso vehicular.

Llegué hasta el aeropuerto de la ciudad de Cúcuta, “Dr. Camilo Daza” donde se esperaba la llegada de personalidades de la Venezuela en el exilio, de Colombia y de la Unión Europea, de nuevo muchas camionetas de la ONU y mucha seguridad, me dirigí hacia el centro de la ciudad para almorzar y regresé a San Antonio.

Esa noche nos reunimos todos de nuevo, los organizadores de la marcha y otras personas “voluntarias por Venezuela” para afinar los últimos detalles, el chiste del momento era que las mujeres, damas de blanco como se autodenominaban, pasarían así tuvieran que treparse por las paredes del vehículo de bloqueo que llaman “el murciélago”, pero de que pasaban, pasaban!

Sábado 23 de febrero. El rostro del terror 

El día prometía un buen clima, en las paredes se podían ver los grafitis con el mensaje:

LOS COLECTIVOS
se toman la frontera
en defensa de la
REVOLUCION

una advertencia que se convertiría en realidad esa misma tarde. Me dirigí hacia el punto de concentración en la entrada de la ciudad de San Antonio. Comenzaba a llegar la gente, las banderas, los pitos, las gorras tricolor, y una gran bandera que atravesaba toda la calle de banda a banda, para recibir al grupo de médicos voluntarios. Allí me presenté con ellos como Activista del Observatorio de DDHH de la Universidad de Los Andes. Siguieron llegando personas a pesar de que, desde temprano, habían cerrado los accesos desde los pueblos aledaños y desde San Cristóbal.  Entre los asistentes se encontraban algunos dirigentes políticos de Táchira y Mérida y varios diputados de la Asamblea Nacional.

Montados en un pequeño camión con sonido y adornado de globos blancos se dieron las últimas instrucciones, se dijeron unas oraciones y se cantó el himno nacional. Las mujeres de blanco se pusieron al frente, brazos entrelazados formando una cadeneta humana y arrancó la marcha, eran casi las 11 de la mañana, la decisión de madres, hijas, abuelas, esposas y hermanas de llegar al puente y abrir paso a la ayuda era más fuerte que nunca.

Me adelanté unos metros para cubrir mejor la marcha, el primer incidente ocurrió a los 6 minutos de haber arrancado cuando atravesaron un camión para traslado de personal con la inscripción Guardia Nacional Bolivariana (GNB) “ORDEN INTERNO” en la ruta de la marcha; sin embargo bastó una breve conversación con los efectivos de la GNB para que accedieran a retroceder y la marcha continuó.

Pasada la redoma del cementerio, la avenida Venezuela se abría en línea recta mostrando al fondo la barrera de defensas amarillas que había colocado la GNB una cuadra antes de llegar al edificio de la Aduana Principal de San Antonio del Táchira. Me adelanté hasta la misma para documentar el momento en el cual llegarían las damas de blanco a solicitar la entrada de la ayuda humanitaria; sin embargo, faltaban todavía unos 60 metros de recorrido  cuando observé que detrás de la barrera de efectivos había por lo menos tres escopeteros que comenzaron a disparar bombas lacrimógenas sin ningún motivo, sin una advertencia, sin mediar palabra, dispararon sin pausa, sus rostros de piedra detrás de los escudos.

En un instante todo cambió, el orden se transformó en caos, las franelas se convirtieron en máscaras antigases, la caminata se convirtió en carrera y el aire se transformó en miles de agujas que ardían en los rostros, picoteaba los ojos y hacía su nido en las gargantas doloridas, apenas se podía respirar, muchos cayeron asfixiados, la solidaridad no se hizo esperar, aparecieron los paños con vinagre, el bicarbonato, el antiácido, el agua y la mano amiga, pero poco aliviaba, las bombas seguían cayendo, eran demasiadas y nos cerraban las salidas, parecía una lluvia que al caer se convierten en lenguas, remolinos de humo que perseguían y quemaban sin piedad. Esto fue solo el comienzo, el verdadero rostro del terror permanecía al acecho.

El acero de la determinación de las marchistas sólo rivalizaba con la pureza del blanco de sus ropas, ni el caos ni las bombas lograron detener esa noble fuerza. Una ciudadanía decidida; su equipo: la razón; su estandarte la paz y su argumento el padecimiento de sus hijos en una tierra donde escasea hasta la inocencia, hacía ver que todavía la distancia podía ser superada, eran solo unos metros lo que separaba la necesidad implacable del bebé que llora y el logro del objetivo, lo que se pedía era tan poco y sin embargo también lo era todo, esas bolsas, esas cajas, esos camiones que salvarían tantas vidas.

Continúe tomando fotos, los cartuchos de las bombas tenían borradas las inscripciones del fabricante y las fechas de elaboración y vencimiento, era ya mediodía, el sol brillaba con fuerza detrás de un velo nublado, los gases me afectaron y corrí a buscar refugio, “Si, aquí hay una puerta abierta!!”, entré, era el lobby de un pequeño edificio donde me facilitaron agua para lavarme y uno de los que ahí estaba refugiándose me prestó su paño con vinagre para la cara, les agradecí y regrese a la calle en dirección a la avenida Venezuela, la marcha se había dispersado, no se me olvidan las expresiones en los rostros despavoridos de muchos de los que empezamos la marcha con alegría y confianza y ahora corrían como gacelas huyendo de las balas asesinas de los colectivos, buscando una casa con la puerta abierta para entrar y resguardar la vida.

Un herido. El primero que me tocaba ver, siempre albergamos la esperanza de que no llegase ese momento. Me acerqué cuando era auxiliado sobre el asfalto, en la mitad de la avenida, por los médicos voluntarios En un momento llegaron los colectivos, bandidos sobre motocicletas con pistola en mano que proferían insultos y amenazas mientras nos apuntaban con sus armas. Eran más de 5, parecían hienas rodeando un animal herido, tenían los rostros cubiertos y se movían a sus anchas como diciendo “aquí mando yo.”

La GNB observaba desde las cómplices esquinas silenciosas cuando los colectivos les tumbaron a golpes los cascos a los médicos, y gritaban y ordenaban que nos retiráramos pero no podíamos mover al herido y nos agachamos en el asfalto, entre el acre olor a pólvora y los restos de lacrimógenas, en ese momento volví los ojos para ver que no éramos un grupo de voluntarios y un herido, todos estábamos heridos, tirados en  el asfalto caliente, heridos por las balas de la opresión, heridos por los perdigones de una violencia desenfrenada e inexplicable y heridos por las bombas de una irracionalidad asesina.

Las calles comenzaron a vaciarse, las hordas de colectivos salían de las inmediaciones de la Alcaldía donde se concentraban, y  tomaron todo el pueblo como crueles Atilas resurrectos en una orgía de terror y pólvora, bebían orgullosos de la copa de la destrucción y la barbarie, desde sus caballos metálicos disparaban en todas direcciones. Las casas, edificios y comercios mordían el plomo indigno de lo inhumano y estoicamente resistían el saqueo y la intimidación. Nos dirigimos al hospital “Samuel Darío Maldonado” cuando ya era la 1:45 de la tarde.

El hospital

En el hospital Samuel Darío Maldonado estaba preparada la carpa de atención primaria, los médicos, enfermeros, Defensa Civil, todos atentos y dispuestos a socorrer.

“Pendientes abran paso” llegó el primer herido grave, una bala le había penetrado el pulmón. Su nombre: Leider García. A pesar de su grave estado los doctores lograron estabilizarlo y enviarlo, en una ambulancia, a San Cristóbal, siempre con la incertidumbre de si lograría llegar a destino.[1]

Llegó una segunda persona también con herida en el tórax, los familiares para no correr riesgos lo sacaron en un vehículo privado, a través de una trocha, hacia Cúcuta.

Al llegar al hospital la cuenta de heridos era de seis en las siguientes horas aumentó a dieciocho,  doce heridos por arma de fuego y el resto por traumatismos por arrollamiento y otros eventos en el marco de la protesta.

Permanecí en la carpa de atención primaria, pensando que posiblemente tendría que pasar la noche allí. Ninguno de los médicos pensaba retirarse, se escuchaban disparos y los colectivos seguían en las calles, continuaban llegando rumores de los saqueos y agresiones a la población civil.

“Rápido traigan una silla de ruedas” había llegado un señor herido de bala en la rodilla, cuando al intentar hablar con un efectivo de la GNB para que dejara de disparar ya que había mujeres y niños este le respondió “¡tú lo que eres es un sapo!”  y de seguidas le disparó. Luego llegó un joven vestido solo con un short, tenía una herida en la cabeza y estaba bañado en un líquido sanguinolento. Tras una revisión preliminar los médicos se dieron cuenta de que estaba muy golpeado, lo llevaron a emergencia principal, un guardia nacional que no se despegaba de su lado solo permitió que lo atendiera un médico a puerta cerrada; el rumor era que había sido torturado.

Llegadas las 4 de la tarde, una de las enfermeras que salía de su agotador turno de ese día tomó su moto y salió, a los pocos segundos se escucharon 3 disparos, todos nos miramos, de alguna manera también sentimos el dolor, regresó la moto tambaleándose y sobre ella la enfermera, a quien un médico auxilió para que pudiera terminar de llegar a  la emergencia y recibir asistencia médica. Supe que desde la ventana de una camioneta le habían disparado sin mediar palabra.

Finalmente logré salir del hospital antes de la 6 de la tarde, gracias a un mototaxi que me llevó por una ruta segura hasta mi sitio de hospedaje. Una vez seguro se seguían escuchando disparos y se podía ver a los colectivos circulando por las  calles.

Ese 23 de febrero, con la esperanza de recibir la ayuda humanitaria, vi el valor de las mujeres en San Antonio, la lucha en las calles, la dignidad de los venezolanos, los fríos ojos detrás de las capuchas, el rostro del miedo sobre una motocicleta persiguiendo niños, los uniformados junto a los colectivos atacando mujeres,  la impunidad disparando por las calles de San Antonio y no es cuento de guerra, es una historia real de la violencia a la que es sometida una sociedad que clama por ayuda para vivir.

Andrés Hocevar


[1] Leider García fallecería el 12 de marzo a consecuencia de una infección contraída en el hospital en el que era atendido.